Cuando el 12 de marzo de 1938 los nazis entraron en Austria, para anexarla al III Reich, Sigmund Freud escribió en su diario estas dos sentenciosas palabras: “Finis Austriae”. El creador del psicoanálisis vivía y trabajaba desde hacia 50 años en el N° 19 de la calle Bergasse en Viena. Los acontecimientos lo presionaron y obligaron a dejar su Austria, y el 6 de junio de 1938 desembarco en Londres con la ayuda de su amigo Ernest Jones y de Marie Bonaparte. Enfermo, deteriorado, anciano, sufriente, pero lúcido aún, a sus 82 años dejó su ciudad para no regresar allí nunca más. Freud, que se resistía a creer, inicialmente, que Austria cedería ante el ataque de Alemania, se oponía a irse y abandonar su ciudad y al grupo analítico que había fundado. Pero finalmente accedió: y junto a su esposa y a su hija menor, Anna -siempre a su lado-, viajó a Londres, donde decidió exiliarse con ellas. A comienzos de 1939, su salud empeoró y su cáncer de laringe y paladar no pudo operarse más. Había sido ya intervenido en 33 oportunidades desde 1923, año en que se hizo el diagnóstico. Sin embargo, a pesar de este frágil estado de salud, él siguió en este nuevo domicilio en el barrio de Hampstead, recibiendo y atendiendo a sus pacientes y contestando su correspondencia. Con Martha Bernays había contraído matrimonio en 1886 y traído a este mundo a seis hijos: tres varones y tres mujeres. Sophie, que ya había fallecido durante la gripe española en 1920; Anna, que estaba con él; y los otros, que lograron salvarse del nazismo y que eran Matilde, Jean Martin, Ernst y Oliver. No tuvieron la misma suerte sus cuatro hermanas, ya que todas ellas murieron en campos de concentración. El médico austríaco Max Schur, que muchos años fue el médico de cabecera del padre del psicoanálisis, lo asistió en sus ultimas horas. Freud falleció el 23 de septiembre de 1939, 20 días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial; pero murió en libertad. Fue incinerado en el crematorio-cementerio de Golders Green y allí se encuentran depositadas sus cenizas junto a las de su esposa. Su biógrafo, Jacinto Parral (1946), dice al final de su obra: “Mientras en Berlín se arrojaban sus libros a la hoguera y Varsovia ardía como una antorcha, en una humilde vivienda en los suburbios de Londres, pobre de toda pobreza material y en amargura espiritual de olvido, descifraba el ultimo sueño, Freud de Viena, el viejo conocedor del ser humano. Y sobre la mesa de trabajo temblaban las cuartillas finales de su Moisés y la religión monoteísta, escrito seguramente bajo la evocación emocionada de Goethe, realizando su Segundo Fausto”. Hace tan solo 85 años.
Juan L. Marcotullio
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